Thursday, May 19, 2011

Impresiones de una corrida de toros - Madrid, mayo 2011

Tradición, crueldad, coraje, barbarie, cultura, elegancia, dolor, admiración, color, honor, cobardía, belleza, entereza, costumbre, vida y muerte se conjugan en este evento ciertamente polémico, que sigue estando muy arraigado en España, en el sur de Francia y en algunos lugares más en este mundo.
No busco generar polémica al respecto, ya que es mucho lo que se ha escrito hasta ahora, tanto a favor como en contra. Sólo me pareció importante el haber podido presenciar este evento como para poder comprender mejor por qué es que todavía sigue tan vigente en la actualidad, qué hay detrás y qué cosas positivas le encuentran sus cuantiosos seguidores.

Para empezar, mi primera observación fue el clima festivo, pacífico y muy respetuoso que domina todo el acontecimiento, antes, durante y después del mismo, desde la llegada a la plaza de toros, el hacer la cola para poder entrar y todo el movimiento necesario hasta ubicarse cada uno en su respectivo asiento, como así también el desarrollo, el final y la salida.
En todo momento reina la paz, la tolerancia y una actitud amable hacia los demás. Para una persona que tuvo la fortuna de poder asistir a diferentes espectáculos deportivos, musicales y de otra índole, ¡el contraste no podía ser más grande!

Cada persona, cada gesto, cada elemento y cada movimiento realizado en la arena tiene una explicación, una razón de ser que está íntimamente ligado a las tradiciones del lugar, a su historia y a su gente. Son elementos que hacen a la identidad de un pueblo, con todos sus defectos y virtudes, pero que integran el ADN de su cultura, la cual influye fuertemente en el sentir y en el comportamiento de las personas.

Está claro que hay un elemento que aflige a toda persona sensible, que sienta compasión hacia otros seres vivos, que no es ni más ni menos que aquello a lo que se enfrenta el toro durante sus últimos minutos de vida. Si bien una de las artes que caracteriza al buen torero es su habilidad para darle una muerte veloz y contundente a su contrincante, el toro, la realidad es que son más las veces que eso no ocurre, con lo cual se presencia una muerte dolorosa, con mucho sufrimiento por parte del animal.
Sin embargo, su sacrificio, aunque para muchos suene contradictorio e incluso ridículo, se toma como un festejo a la vida, a la naturaleza salvaje e indómita que nos sigue cautivando. Esto se ve reflejado en la actitud respetuosa y de homenaje por parte del público hacia la bestia que ha caído durante una lucha despiadada y claramente desigual, pero intensa y hasta el último suspiro.

Algunas personas verían con muy buenos ojos la prohibición de tan cruel espectáculo. De hecho, hay muchas personas y organizaciones que trabajan para abolir esta clase de eventos. Y si bien yo antes estaba de acuerdo con esta postura, ahora me doy cuenta de que de nada serviría una prohibición, como así tampoco sirvieron los intentos de prohibir la venta de bebidas alcohólicas, ni de nada sirven todas las medidas para prohibir la venta y el consumo de drogas.
La realidad es que las corridas de toros en España, al igual que muchas otras tradiciones polémicas o discutibles propias de otras culturas, forman parte de un momento histórico y evolutivo que es tal como es, no como quisiéramos que sea. Y hasta que todas las personas (o al menos una gran mayoría) adquieran la sensibilidad necesaria que las lleve a rechazar esta clase de acontecimientos o a exigir cambios que permitan seguir viviendo estas tradiciones y costumbres, pero sin que sea necesario herir o matar al animal, esto se va a seguir realizando. Lo mismo que se siguen realizando las brutales carreras de caballos con obstáculos en Inglaterra, las riñas de gallos y perros en tantísimos países (en muchos lugares de manera clandestina), y las luchas y matanzas por poder y por dinero.

Lo bueno es que se puede observar una clara evolución hacia un mundo de mayor paz, respeto a la vida, amor y salud, aunque esté constantemente acompañada de viejos hábitos y costumbres primitivos, que irán desapareciendo a medida que evolucionemos como especie, como seres pensantes y conscientes.

En lo que a mi respecta, la experiencia de presenciar una corrida de toros fue muy enriquecedora desde el punto de vista humano, aunque ciertamente dolorosa desde mi sensibilidad hacia los animales. Pero aún así no puedo condenar a quienes gustan de estas cosas, como así tampoco puedo condenar a mis hijos cuando hacen algo que yo entiendo que es equivocado o inadecuado. No me considero lo suficientemente evolucionado como para creerme por encima de esta gente.
Cada uno de nosotros seguirá evolucionando hasta que desaparezcan o cambien de forma estos eventos populares, hasta que queden libres de todo acto de crueldad.
Eso requiere de tiempo, sensibilidad, educación, voluntad de cambio y de innovación.
Y ese cambio se está gestando y es imparable.