Friday, May 23, 2008

La profundización de la democracia

Ha llegado la hora de profundizar nuestras democracias. El sistema representativo ha demostrado ser un rotundo fracaso en casi todos los paises del hemisferio, incluyendo a los EE.UU. de América, sencillamente, porque muy pocas personas acceden a la posibilidad de ocupar cargos que les permita tomar decisiones relevantes en la vida pública. Sin embargo, esas decisiones suelen afectar la vida de millones de personas que rara vez son consultadas o son tenidas en cuenta al tomar dichas decisiones. Y los supuestos representantes del pueblo, ya sean diputados, senadores, consejales, intendentes, gobernadores, presidentes, ministros, alcaldes, etc., rara vez rinden cuentas de sus actos a la población, suelen desconocer su realidad y sus necesidades, rara vez tienen vínculos reales con los más desfavorecidos y, a través de sus actos sin control, suelen causar graves penas a los ciudadanos. Para entender esto sólo alcanza con algunos ejemplos: la devaluación repentina del Peso en la Argentina, la guerra contra Iraq en EE.UU., el manejo discrecional de fondos públicos en Venezuela y Argentina, la permanencia en el poder de verdaderas elites de gobernantes desconectadas de la realidad del ciudadano común en México, Argentina, EE.UU., Brasil, Honduras, Guatemala, Venezuela, Colombia, Cuba, entre otros.
El camino a seguir es el de devolverle el poder al soberano, al ciudadano, para que tome las decisiones él mismo. A esto se lo conoce como democracia directa o semi directa, en oposición a la democracia representativa que sufrimos en la mayoría de los paises supuestamente libres.

Esta última metodología se impuso en el pasado por la imposibilidad material, por limitaciones de tiempo y extensión territorial, de consultar a los ciudadanos de una nación antes de tomar decisiones determinadas. Pero hoy en día ya contamos, en la mayoría de los paises, con los instrumentos, la tecnología, la infraestructura y el conocimiento necesarios para garantizar la participación activa de la gran mayoría de los habitantes del continente americano.
Dos cabezas piensan mejor que una, y millones de cabezas piensan mejor que algunas centenas. Por lo tanto, a la luz de los pobrísimos resultados obtenidos por la mayoría de los gobiernos del hemisferio, en contraste con el desarrollo de las pocas naciones que hoy por hoy dan cabida a la real participación ciudadana en el desarrollo de sus paises (Islandia, Suiza, Dinamarca, Noruega, Suecia, Finlandia), queda más que claro que ese es el camino a seguir, por el bien de todos los pobladores de nuestro continente.

La evolución de la revolución

La palabra revolución, aplicada al ámbito social, evoca cambios drásticos, giros veloces, ruptura e incluso sedición, violencia y destrucción. Por otra parte, también se la puede asociar a conceptos tales como despertar, superación, futuro, justicia, democracia, progreso, mejora sustancial, bienestar y riqueza; o todo lo contrario, dependiendo del resultado del cambio para los afectados.
Si consideramos que una revolución se suscita como consecuencia de la imperiosa necesidad de un cambio, cuyo impulso es potenciado por una resistencia prolongada al mismo, podemos concluir que hay dos fuerzas en pugna: una que favorece, anhela y busca ese cambio, y otra que se le opone, resiste y trata de contrarrestar ese impulso. Por ende, a una revolución se llega, básicamente, por la incapacidad de una de las partes de prever, advetir, comprender y saber tratar la necesidad que existe por lograr un cambio en un determinado ámbito o aspecto de la vida en sociedad. Por el contrario, a un cambio natural, gradual y pacífico se lo puede entender como una evolución o un desarrollo social armonioso.
Pero también existen las revoluciones forzadas, vacías, carentes de representatividad, donde un grupo determinado busca imponer un cambio para su propio beneficio o guiados por una ideología sorda y ciega, justificando la revolución en nombre de toda la sociedad (especialmente de los más desfavorecidos), pero sin tener en cuenta las necesidades de dicha comunidad. Esos son los impulsos revolucionarios que se vivieron, en buena medida, en gran parte de Latinoamérica entre los años '60 y '90, e incluso en la actualidad. Por eso es que la palabra revolución suele causar escozor en la población, particularmente entre aquellos que vivieron y padecieron movimientos revolucionarios en sus países, dados los devastadores efectos que causaron, incluyendo cuantiosas pérdidas de vidas humanas.

Sin embargo, habiendo dicho esto, hoy en día se advierte la necesidad real e imperiosa de un cambio profundo y duradero que permita, de una vez por todas, elevar la calidad de vida de toda la población del continente americano, eliminar la pobreza y la ignorancia, acabar con los ámbitos y aspectos que fomentan la delincuencia, contrarrestar la contaminación y la degradación de los diversos hábitats naturales y ámbitos productivos de los que depende nuestra vida, dignificar la vida, y potenciar la capacidad creadora y de auto-superación de las personas.
Y, si bien el cambio a realizar debería ser bastante drástico en algunos aspectos, la revolución armada y violenta, todavía tristemente enaltecida por algunas personas, ya no puede ser el camino para conseguir la anhelada transformación.
Ha llegado el momento de forjar e impulsar la evolución de la revolución, donde el cambio se logre por el consenso y la persuación, no por la fuerza; donde los protagonistas del cambio participen por convicción, no por coacción; donde el cambio se efectúe con los demás, más no a pesar de los demás; donde prevalezca el diálogo, el debate, la discusión y la negociación, no el monólogo y la imposición; donde las partes en pugna expongan abiertamente sus puntos de vista y objetivos en vez de promover acciones solapadas y el doble discurso; donde prime la transparencia, no el secreto; donde no sean unos pocos los que actúen en representación de muchos, sino que participe toda la gente posible en el proceso de transformación. Esta es la clase de revolución que, a mi entender, estamos necesitando con tanta urgencia en América. Pero sólo va a ser posible si entendemos que el único camino que nos beneficie a todos es aquel cimentado por la paz y el entendimiento. Sólo vamos a avanzar si comprendemos que los que se oponen al cambio no son nuestros enemigos, sino parte de nuestra comunidad que le teme al cambio, quienes deben ser debidamente informados de las necesidades de los más desfavorecidos, de las ventajas de esta transformación y que deben ser convocados al diálogo con el fin de encontrar los medios más sensatos y económicos para garatizar un cambio armonioso y que beneficie a todos, no sólo a las mayorías.
Y este camino podemos comenzar a construirlo hoy mismo, uniéndonos, aunando esfuerzos, difundiendo estas ideas, educando y trabajando, día a día, en construir un mundo que realmentre valga la pena vivir. La evolución de la revolución ya empezó. El futuro está en nuestras manos.